Juan Pablo Ringelheim
1.
2.
Leo las noticias. Una compañía de Londres vende hectáreas de la luna a cien dólares. Embajada Lunar S.A. tiene apoyo legal. El tratado de la ONU sobre Espacio Exterior acordado en 1967 establece que las naciones de la Tierra no pueden apropiarse del territorio lunar, pero nada dice sobre empresas o personas. Embajada Lunar es una empresa que aprovecha la oportunidad y vende pedazos de luna a buenas personas.
En la tarde de Texas, Jack ojea el periódico y mira el jardín nevado. Le parece que el invierno cala hondo esta vez. Por la mañana la niñita no ha dejado de preguntar por su hermano: ¿Nos está viendo? ¿Nos extraña Mike? En el cielo hay paz, le ha respondido.
Ahora deja el periódico y teclea en la computadora. En el sitio web de Embajada Lunar todas las cláusulas son amigables. Introduce el número de su tarjeta de crédito y la contraseña: alice. La impresora hace el ticket. Ha comprado una hectárea en la luna. La pequeña Alice mañana cumplirá seis años. Cuando despierte recibirá como regalo el billete de compra. Y Alice querrá saber si su padre también le regaló una casa en el cielo a Mike alguna vez. Antes de que marche a la guerra.
3.
Leo las noticias. Un norteamericano se desploma muerto sobre el teclado después de pasar tres días jugando por Internet en un cibercafé. William Case era adicto al Moonland. En el videojuego tenía que mantener vivo a un hombre virtual en la superficie lunar: había que enseñarle a que se alimente, construya su casa y disfrute del tiempo libre.
Había regresado de la guerra. Había sido uno de los soldados que en el 2003 recibió con sorpresa a Bush en Bagdad para celebrar el Día de Acción de Gracias. Había escuchado al presidente saludar a los soldados al aparecer: “¡Estaba buscando un lugar donde comer caliente!”. Y el soldado había reído a mandíbula batiente. Antes de la cena el presidente había dado su discurso: “Vencimos a un dictador despiadado que amenazaba la casa de los americanos. El terrorismo creyó que podía derrotarnos cuando sufrimos el atentado más grande de la historia. Todos recordamos la historia de los tres cerditos y el lobo feroz –dijo Bush, y él se sorprendió-. El lobo derribó con sus soplidos la casa de paja y la de madera. Pero nuestra nación está construida ladrillo por ladrillo con las manos de todos los americanos. Hemos venido a derrotar al lobo en su propia guarida. Ustedes están defendiendo a los americanos y estamos muy agradecidos”. Cerrado aplauso. El soldado sintió que le transpiraban los ojos.
Ha regresado de la guerra. Lo han condecorado. El presidente terminó su mandato. Sufre pesadillas. El dueño del cibercafé dice que tiene que distraerse un poco. Jugar en Internet me hará matar el tiempo, dice el soldado Case. Mantener un hombre vivo en la superficie lunar, enseñar a que se alimente, construya su casa, disfrute del tiempo libre. Le ha puesto nombre al hombrecito: George W. Bush. Y lo ha mantenido vivo hasta desplomarse sobre el teclado.
4.
Leo las noticias. En un archipiélago del Océano Ártico hay una cápsula acorazada bajo diez metros de tierra. En ella científicos noruegos almacenaron tres millones de semillas de diferentes especies. En caso de guerras nucleares o atentados terroristas masivos la cápsula será un Arca de Noé subterránea que podrá alimentar a nueve mil millones de sobrevivientes.
Poco antes de la Guerra el Imperio habrá previsto la hambruna. Dará la clave de acceso de la cápsula de semillas a una elite eficaz: dirigentes empresariales, científicos, militares. Para que después de la Guerra siembren y rearmen sociedades como las nuestras. Llegarán hasta el archipiélago. Y encontrarán la cápsula abierta. Vacía de semillas. Habrá en su interior restos de miles de palomas. Huesos y plumas entre el hielo. Las que picotearon las semillas…, dirán. Las que una vez anunciaron la paz entre Dios y los hombres, recordarán. Sólo huesos y plumas y hielo. No pasará mucho tiempo antes que los miembros de la elite se devoren unos a otros.
En un archipiélago. Del Océano Ártico.
Después, entre las ruinas:
-- Papá…
-- La veo, hijo.
-- Antes me gustaba ver la luna.
-- Lo sé.
-- Ahora tengo miedo que caiga sobre nosotros.
-- Nunca más caerán cosas sobre nosotros.
-- ¿Cómo lo sabés?
-- Lo sé.